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CARLES BOIX - 20/06/2005

 

DEBATE. La financiación autonómica
La financiación de Catalunya


PARA INCLUIR LA financiación en el nuevo Estatut, el Govern debe tener más ambición y apostar por un sistema fiscal duradero  

CARLES BOIX - 00:00 horas - 20/06/2005
A pesar de su provisionalidad y de su (imagino que calculada) ambigüedad, nos toca a todos comenzar a discutir y juzgar la propuesta financiera del Gobierno de la Generalitat.

Por mi parte, el balance es agridulce (más agrio que dulce, la verdad). La parte dulce del plan del Govern es evidente: mejorará la autonomía financiera de Catalunya. Hasta ahora la Generalitat recibía unos 10.000 millones de euros de los impuestos pagados en Catalunya, o algo más de un tercio de toda la recaudación, y otros 3.000 en transferencias directas del Estado. Si el plan no sufre recortes, en 15e años la Generalitat recibirá la mitad de la recaudación catalana o unos 6.000 millones de euros más. Esta cantidad equivaldrá a un aumento de un mínimo del 8 por ciento (si desaparecen las transferencias del Estado) y un máximo del 46 por ciento. Dado que es difícil que se pueda lograr el máximo (Maragall mismo ya ha aclarado que la propuesta no es más que un tope rebajable), imagino que hacia 2020 habremos obtenido alrededor un 20 por ciento más de recursos o una subida anual del 1,25 por ciento en términos reales. Comparado con lo que estamos acostumbrado a recibir en los últimos cien años, no me duelen prendas en reconocer que se trata de un monto nada despreciable. Seguro que es equivalente a (o incluso algo mayor que) las mejoras que la tantas veces denostada CiU obtuvo cuando el gobierno de turno de Madrid era minoritario.

La propuesta financiera tiene, no obstante, su parte agria. Primero, la Generalitat continuará sin tener capacidad normativa sobre los impuestos. Por tanto, no podrá compensar con rebajas fiscales a los catalanes por todos los servicios privados que éstos utilizan (en educación, sanidad y autopistas). No podrá incentivar la inversión empresarial. Y deberá aceptar la posibilidad que el gobierno central suba los impuestos para compensar las pérdidas derivadas del incremento de la autonomía financiera de Catalunya.

Segundo, la Agencia Tributaria no estará bajo el control de Catalunya sino, como mucho, coordinada con el Estado. El nombre no hace la cosa y, por tanto, es difícil saber qué significa estar coordinado. Pero ahora pongan juntas esta media agencia y la falta de potestad normativa. La primera tentación de una Generalitat todavía corta en recursos será peinar el país en busca de dinero. Por principio y como buen asalariado, esto me parece bien. El fraude fiscal ha de desaparecer (también creo que los impuestos se han de bajar el máximop osible). No obstante, si la Generalitat lo hace muy bien, el Estado todavía se llevará la mitad del dinero recogido, sin que nadie nos asegure que en el resto del territorio estatal se esforzarán con el mismo celo en acabar con el fraude (y que, por tanto, sufrirán la misma presión fiscal real que Catalunya).

Finalmente, la Generalitat propone que Catalunya se quede con el 50 por ciento de su dinero. Pero ¿por qué el 50 y no el 55 o el 48 por ciento? No dudo de que el Govern hará la pedagogía suficiente para convencernos de la racionalidad de quedarnos solamente y exactamente con la mitad de nuestro pastel. No obstante, hay una alternativa más fácil. Establecer un sistema financiero en el que Catalunya paga por los servicios de la Administración central y, además, envía una buena remesa solidaria a España. A eso sí que le llamo yo tener un concierto con barretina.

Con todo, la propuesta, lo repito una vez más, no está mal. No está mal porque nos acercará a un sistema fiscal más equitativo, un sistema en el que cada vez más serán los que se esfuerzan y trabajan los que reciban los frutos de su esfuerzo y de su trabajo. Pero, dicho esto, aceptemos humildemente la realidad y no la disfracemos de retórica separatista. La realidad es la siguiente. Este nuevo plan continúa la política posibilista que practicaba antes el gobierno de CiU. Una política paciente de ganar dinero aprovechando cada momento de debilidad del adversario. Una política que, a pesar de ser tan moderada como la que ahora propone el gobierno de izquierdas, enfureció a la sociedad civil y mediática española entonces (1993 y 1996) tanto como ahora. No perdamos la memoria ni la utilicemos al servicio de propósitos partidistas.

Todo esto nos conduce al meollo de la cuestión. Si no hay diferencia entre lo que ya se hacía (con éxito notable, dadas las circunstancias) y lo que se quiere hacer, ¿vale la pena meter en el Estatut una fiscalidad que, al cabo de 15 años, sólo aumentará la autonomía catalana de un tercio a la mitad de lo que el país paga? Como casarse y tener hijos, aprobar un Estatut es una cosa seria, incluso pesada, que sólo toca hacer una vez en la vida. La gente pasa por la vicaría para irse de casa de los padres. Uno hace un Estatut para romper platos.

El Govern debe escoger. Si quiere incluir la financiación en el nuevo Estatut, debe tener más ambición política y apostar por un sistema fiscal sólido y generoso, capaz de durar una generación o más. Si, por el contrario, y ateniéndose al seny del refranero español, cree que más vale tener un 1,25 por ciento (anual) en mano que cientos de pájaros estatutarios volando, más vale que se siente a negociar con Madrid en el marco de los presupuestos de Rodríguez Zapatero de 2006. De otra guisa, van a llegar las elecciones españolas y no se habrá conseguido ni lo uno ni lo otro.

CARLES BOIX, catedrático de Ciencia Política, Universidad de Chicago
cboix@uchicago.edu


 

 

 
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